viernes, 13 de mayo de 2011

La Batalla de Puebla II

Óleo de la Batalla

El incisivo monero Calderón

General Porfirio Díaz Mori, 1867

LA CORNADA

Por Renecio del Rincón t.

“Los hombres de Estado, lejos de gobernar las grandes conmociones

sociales, son arrastrados por ellas como corchos impotentes

en una catarata”…

-Eca de Queiroz.

Reanudamos aquí, lector, el relato sobre la victoria mexicana del 5 de mayo en la ciudad de Puebla: El parte de guerra enviado al Ministro de Guerra y Marina en la ciudad de México, por Ignacio Zaragoza a las cinco y cuarenta y nueve minutos de la tarde, reza así: “Las Armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria; el enemigo ha hecho esfuerzos supremos por apoderarse de la plaza, que atacó por el oriente de izquierda y derecha durante tres horas; fue rechazado tres veces en completa dispersión y en estos momentos está formando su batalla fuerte de cuatro mil y pico de hombres, frente al cerro de Guadalupe, fuera de tiro. No lo bato como desearía, porque el Gobierno sabe que para ello no tengo fuerza bastante. Calculo la pérdida del enemigo, que llegó hasta los fosos de Guadalupe en su ataque, en 600 y 700 entre muertos y heridos; 400 habremos tenido nosotros. Sírvase dar cuenta de este parte al Ciudadano Presidente de la República”. Otras fuentes históricas consignan este otro lacónico parte: "Las armas nacionales se han cubierto de gloria. Las tropas francesas se portaron con valor en el combate y su jefe con torpeza". Lamentablemente, el general Ignacio Zaragoza Seguín contrae fiebre tifoidea y fallece el 8 de septiembre de ese mismo año a la edad de 33 años.

La aventura de Napoleón III en México, que culminara con el efímero Segundo Imperio Mexicano fue cavilada presuponiendo que no intervendría en ella el norteño vecino de México, en razón de encontrarse a la sazón más que ocupado en su propia Guerra Civil. Una reflexión comparativa al respecto de la evolución y modernización del armamento, siempre espoleado con cada guerra: Mientras en México en 1862, como acabamos de ver, en nuestro siempre improvisado y menesteroso ejército imperaban todavía nociones organizativas ya obsoletas, tales como formaciones tácticas que combatían aún con lanzas y sables, o el inmenso grueso de la infantería usando el mosquete de cañón liso y carga por la boca, de improbable precisión más allá de los cincuenta metros, en la simultánea Guerra Civil norteamericana ya se había adoptado en ambos bandos el mosquete con cañón rayado que triplicaba el alcance preciso del arma de infantería; así como la aparición de pistolas y carabinas de repetición y retrocarga que aumentaban increíblemente el poder de fuego aún de pequeñas formaciones. Este conflicto produjo asimismo el arma directamente antecesora de la moderna ametralladora, esto es, la pieza Gatling de múltiples cañones rotatorios que presumía una respetable cadencia de fuego de 200 disparos por minuto, maravilla estrenada precisamente por el Ejército de la Unión del presidente Lincoln. Los adelantos en el arma de artillería eran asimismo significativos, sobre todo en la forma y función del proyectil, si los comparamos con nuestras venerables piezas de bronce que tan sólo escupían pesadas bolas de hierro a mecha. Claro que los primeros contingentes franceses, como el de Lorencez, tampoco tenían mucha evolución en su armamento aunque sí en sus tácticas; pero en los siguientes años de ocupación en México -bajo Forey y sobre todo con Bazaine-, desde luego que evolucionaron más rápido que los nuestros, hasta que habiendo terminado la confrontación en el vecino país con el triunfo de los norteños antiesclavistas, empezaron éstos a aprovisionar las huestes juaristas con su propio war surplus, situación que a la postre y en combinación con la Guerra Franco-Prusiana en Europa forzara la salida de las tropas galas del país y el consecuente derrumbe de Maximiliano de Habsburgo…

Y volviendo al 5 de mayo en Puebla: Durante décadas, la historia oficial ungió como héroes de la gloriosa victoria al experto comandante en jefe Zaragoza, y a sus bravos subordinados Negrete y Berriozábal, desde luego que muy merecida e indiscutiblemente; pero dejó fuera del santuario patrio a los jefes y tropa que, a campo raso y sin parapetos, sostuvieron con gran valor el asediado flanco derecho de la posición. Me refiero desde luego a los generales Francisco Lamadrid y Porfirio Díaz Mori, así como al general Antonio Álvarez que con su caballería se bate con denuedo por el flanco izquierdo del fuerte de Loreto. Es obvio que las pasiones políticas obligaron tal olvido en el caso de Porfirio Díaz, satanizado luego por la historia patria a causa de su larga actuación política en el país. Pero, independientemente de ella y en atención al tema que aquí estamos tratando, justo es reconocer la brillantísima trayectoria militar de Díaz, iniciada con Juárez en la Guerra de Reforma, continuada siempre del lado liberal en las dos primeras batallas de Puebla; límpido triunfo en la primera con Zaragoza y meses después, ya bajo González Ortega, hecho prisionero por las huestes de Forey, quien no olvida el dictum táctico y, asalta nuevamente Puebla, ahora con 30,000 soldados que fácilmente la toman.

Escapa Díaz de su prisión rápidamente, y es encargado por el señor Juárez de las operaciones contra el francés en Oaxaca, su estado natal. Allí mantiene viva la lucha contra el invasor durante los siguientes 3 años con variada fortuna, hasta que en 1866 pone sitio a la guarnición francesa de la ciudad de Oaxaca. Advertido del avance de una columna francesa de auxilio a la ciudad sitiada, la enfrenta y derrota en Miahuatlán, honrosa victoria que repite con creces poco después al aniquilar a otra más fuerte columna en la insigne batalla de La Carbonera el 18 de octubre del año; Oaxaca caerá en su poder el siguiente 27 de diciembre. Quiso el destino que su más brillante lauro militar se repitiera precisamente ante los fuertes poblanos que antes defendiera con tanto ardor, Guadalupe y Loreto, mismos que después de la retirada del francés invasor y defendidos ahora por fuerzas conservadoras, asaltará y doblegará el 2 de abril de 1867, tomando la plaza de Puebla y ocupando poco después la ciudad de México que entregará al triunfante presidente Juárez. ¿Ingratitud o inquina? Ni la una ni la otra se merece el brillante militar conocido como el Héroe del 2 de Abril… Y del 5 de Mayo, agrego yo.

Muy a pesar de que el francés Conde de Lorencez actuó en 1862 menospreciando con soberbia al oponente mexicano y olvidándose del apotegma militar que dicta y prescribe una superioridad numérica mínima de 4 a 1 del atacante sobre toda posición fortificada, fue ésta una victoria que no sólo llena de orgullo patrio al pueblo mexicano, sino que fue un éxito militar mexicano de resonancia mundial al doblegar a uno de los más famosos, respetados y experimentados ejércitos del mundo de entonces.

Y, para endulzarnos la amarga píldora: Previsible y obligadamente, el elegante staff Granados Chapa no tan sólo ensalza el larguísimo discurso de Javier Sicilia el pasado domingo 8 en el Zócalo capitalino, sino que le idealiza así: “…un discurso hermoso, estremecedor, de tono profético en el sentido bíblico”…

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