viernes, 8 de abril de 2011

Indigenismo II

Jodido ventarrón! Y los muchachos esperándome...

No salgás, niña, a la calle; porque el viento fementido...

Mucho ojo con el de la derecha de Chabelita... !God save the Queen!

LA CORNADA

Por Renecio del Rincón t.

La igualdad tal vez sea un derecho; pero no hay poder humano

que alcance jamás a convertirla en hecho”…

-Honoré de Balzac.

Con motivo del reciente CCV aniversario natalicio del Benemérito de Las Américas, el periodista y conductor Sergio Sarmiento, escribió lo siguiente: “Muchos políticos contemporáneos han querido limitar el liberalismo de Juárez a una simple actitud anticatólica. La verdad es que Juárez nunca rechazó el catolicismo (exigió el matrimonio religioso para su hija…). Se mantuvo fiel a la Iglesia hasta el final de sus días. La jerarquía eclesiástica lo rechazó a él por la desamortización de los bienes de la Iglesia (más bien del clero, diría yo, pues a aquella le basta, para sus fines espirituales, con el espacio delante del altar…). Con esta medida, sin embargo, los liberales no buscaban acabar con la Iglesia, sino poner sus bienes en el mercado. La desamortización también se aplicó a las comunidades indígenas. Los liberales estaban convencidos de que los bienes de manos muertas, los que se encuentran fuera de mercado, hacían daño al país y a las propias comunidades indígenas. Juárez habría considerado inaceptables los ejidos y tierras comunales que se crearon a partir de la Constitución de 1917 y que hoy algunos supuestos progresistas defienden como lo hicieron los conservadores del pasado… A los zapatistas de ayer y de hoy, empeñados en encerrar a los indígenas en reservas y someterlos a regímenes medievales, los habría considerado conservadores”.

Es un hecho histórico que hubo influyentes y poderosas personalidades del pasado que buscaron proteger al indígena de abusos por parte del europeo, ni que decir de los preclaros frailes franciscanos Toribio de Benavente, llamado luego por los indios Motolinía, mismo que arrostrara coscorrones de sus superiores jerárquicos por no cobrar el diezmo a los indios conversos; Vasco de Quiroga y Pedro de Gante, así como más tarde el dominico Bartolomé de las Casas, todos ellos acérrimos abogados del indio; como también lo fuera Carlos I de España y quinto de Alemania, quien le restó extensas propiedades a don Hernán Cortés, Marqués del Valle de Oaxaca y las concedió como Merced Real a numerosas comunidades indígenas, continuando dicha política muchos de sus sucesores. Maximiliano de Habsburgo, en su breve imperio, también practicó una política paternalista hacia el indio, y por ello contó con el apoyo militar de prácticamente todos los caudillos indígenas con Manuel Lozada, el ‘Tigre de Álica’ a la cabeza, y al triunfo de Juárez todos ellos le siguieron combatiendo, pues abolió los privilegios concedidos por el imperio…

Resulta hasta natural que el indígena con tales padrinos desarrollara aún más su conocida y reprobable inclinación ladina. Es bien sabido que Emiliano Zapata en el estado de Morelos inició su lucha como un reclamo de las Mercedes Reales concedidas siglos antes a las comunidades, sin parar mientes que en muchos casos los beneficiados originales habían vendido ya sus derechos a cambio de dinero… Y no obstante, sus descendientes reclamaban lo que sus ancestros ya habían vendido. Semejante curiosa actitud es consignada por el antes mencionado autor Munguía Cárdenas cuando se refiere, en la página 85 de su citada obra, a la compra que el encomendero español Alonso de Ávalos hizo a los indígenas en 1532 de las tierras que luego formarían su estancia de San Joseph de Amatitlán: “Poco después de la venta de aquellas tierras se iniciaron pleitos y reclamaciones de parte de los indígenas; sin embargo, Ávalos, buen diplomático, resolvía los hostigamientos perdonándoles adeudos o indemnizándolos nuevamente, situación que se repetía a lo largo de los años; sin embargo, al fallecer el encomendero en 1574, al parecer en Amatitlán; los indígenas aumentaron sus presiones, viéndose apoyados en algunos casos por la Audiencia de Guadalajara, lo cual, unido a que los herederos de Ávalos tuvieron dificultades entre ellos, propició que las fincas y propiedades sufrieran abandono…”. Podría pensarse que estos ‘buenos inditos’ tendrían nociones comerciales muy diferentes a las europeas, conforme a sus “usos y costumbres” ancestrales; sin embargo yo me pregunto si en sus transacciones con personas de su misma raza, y después de recibir el pago, les cobrarían nuevamente hasta dos o tres veces, digamos, la sal que de la playa de Sayula extraían… Una cosa es Juan Domínguez y otra, muy diferente, Tizoc el audaz.

Ya que mencionamos los usos y costumbres tribales, que al menos en Oaxaca y Chiapas es todavía ley vigente, es inconcebible que en pleno Siglo XXI y en un país moderno que aspira a ser democrático e igualitario, se den casos como el no muy lejano de aquella indígena que, gracias a su educación, aspiró a ser elegida presidenta municipal de su localidad en reciente elección. No obstante lo que inequívocamente estipula la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos sobre la igualdad de derechos políticos de las mujeres, el Consejo de Ancianos de su tribu esgrimió el retardatario argumento de sus “usos y costumbres” y echó por tierra la legítima aspiración de la indígena, que no tuvo más remedio que regresar al fogón de su jacal; sin que ninguna autoridad mexicana, civil o electoral, se atreviera a desafiar las convenciones arcaicas que mucho estorban nuestro sano desarrollo político y desmienten el cacareado y mítico Estado de Derecho en este país donde todo, pero todo, es pura apariencia.

Y, para endulzarnos la amarga píldora: “Todos los caballeros se preparaban para ir a las Cruzadas, menos el conde Naddo. Le pregunta un amigo: “¿No vas a combatir a los infieles?”. “No -responde el cínico sujeto medieval-, ahora que ustedes se van me quedo con las infieles”…

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